Este fin de semana ha sido bastante productivo, y tengo un montón de fotos esperando en la cámara para que las prepare y cuente sus recetas, pero tendrá que ser poco a poco (se me acumula el trabajo), así que he pensado hablaros de otra cosa que tenía pendiente desde hace un par de semanas.
No tenía muy claro si publicarla o no, porque no me parece que sea el objetivo del blog, aunque hay muchas visitas a la otra entrada de "No todo es dulce", así que igual también interesa.
Y a pesar de que el tomate frito no tiene ninguna ciencia, me da la impresión que mucha gente se deja convencer por la facilidad de comprar una lata, y yo creo que es una pena porque, a mi juicio, no hay punto de comparación entre el más simple de los tomates fritos caseros con la mejor de las recetas de tomate envasado.
No tenía muy claro si publicarla o no, porque no me parece que sea el objetivo del blog, aunque hay muchas visitas a la otra entrada de "No todo es dulce", así que igual también interesa.
Y a pesar de que el tomate frito no tiene ninguna ciencia, me da la impresión que mucha gente se deja convencer por la facilidad de comprar una lata, y yo creo que es una pena porque, a mi juicio, no hay punto de comparación entre el más simple de los tomates fritos caseros con la mejor de las recetas de tomate envasado.
El verdadero engorro del tomate frito es que salpica mucho (si llega a la pared, malo, pero si te llega a ti, quema una barbaridad!) pero a pesar de todo me merece la pena. Tanto es así que he llegado a convencer a mi santo que antiguamente (de novios, hace un millón de años) me decía "No se como te montas tanto follón cuando lo venden en latas!" y poco a poco pasó a un "...no, si no me ha quedado malo, pero si le hubiera puesto de tu tomate!!!"
En fin, la receta no puede ser más simple: tomate, cebolla, aceite, azúcar y sal.